¡Mi vehículo!

Bajé por las escaleras de mi casa hacia el primer piso,
bajé el peldaño desde la puerta de mi rebaño hasta caer,
desprovisto de calcetines con mis alpargatas gastadas,
en el piso del garage
donde descansa agotada la camioneta de mi padre.

Bajé la cabeza para acomodarme el pantalón y las llaves en el bolsillo
y bajé con mi bicicleta por la calle Uribe,
justo después de bajarme de ese ambiente raro
encerrado bajo el nombre de "condominio".

Bajé hasta la esquina próxima y tomé mi izquierda,
porque mi ventrículo izquierdo me impulsó por esas huellas
y es mi cerebro izquierdo el que me hace trabajar con la derecha.

Bajé hasta la bencinera y respiré aliviado
porque no tuve que gastar ni soles, ni yenes, ni pesos, ni dolares
en ponerle un euro a mi bicicleta.

Bajé como pude, como pudo mi corcel,
bajé hasta que llegué tan abajo como lo permitió un semáforo,
y bajé de nuevo,
porque bajé del cielo de donde me enviaron
y porque abajo está el mar,
porque abajo de ese mar hay peces que me encantan,
y porque abajo de ese mar hay arena tan rica como la tierra de mi pampa.

Bajé de mil nubes como en las que se montan algunos familiares míos,
bajé de mi calle y bajé para estar solo,
bajé porque quiero encontrar un tesoro enterrado
allá abajo, bien abajo,
y bajé para encontrarme con algún pájaro ahogado en su propio canto.

Bajé, para tomar impulso
porque quiero subir,
subir a las estrellas
porque ahí donde viven las estrellas es lo más abajo donde quiero llegar.





Jorge Madrid Pizarro.

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